Alto Ganges



HARIDWAR

 





El Ganges, río sagrado del hinduismo, nace en el paraje de Gangotri, entre las nieves perpetuas del Himalaya. Desde allí serpentea por valles y desfiladeros hasta llegar a las ciudades santas de Rishikesh y Haridwar, donde se interna lentamente en las áridas llanuras de la India Central. 

A lo largo de su recorrido, el río es, desde tiempos inmemoriales, lugar de culto y purificación para los hindúes.














Haridwar, 250 kilómetros al norte de Delhi,  es una ciudad de templos y puentes, que tiene un simbolismo muy especial para los hindúes. A su paso por aquí, el Ganges deja la montaña y se interna en las planicies, por lo que se dice que en este punto el río multiplica su poder mágico.












Por ello cada 6 años en Haridwar se celebran alternativamente Kumbh Mela y Ardh Mela, multitudinarias peregrinaciones de fieles que acuden a purificar su karma, en fechas astrológicas propicias. 






En 2.004 se celebró el Ardh Mela, por lo que cientos miles de peregrinos acudieron desde comienzos de año a darse el baño ritual. Para recibir a los visitantes, La ciudad se pintó de rosa, color tradicional de la hospitalidad hindú.









La vida de Haridwar gira en torno al templo de Har Ki Pauri, donde se concentran las multitudes para las ceremonias y baños rituales. El agua está relativamente limpia y fría, debido a la proximidad de las montañas, y el baño es una auténtica delicia en el agobiante calor de Mayo. 










El río pasa aquí a considerable velocidad, por lo que en las orillas hay cadenas metálicas donde se pueden agarrar los bañistas para no ser arrastrados por las aguas.







Algunos árboles centenarios, rodeados de pequeños altares, proyectan generosamente su sombra, y bajo ellos se aglomeran plácidamente los peregrinos para soportar el tórrido calor del mediodía. 





A la puesta de sol, cientos de personas se reúnen en las orillas para la tradicional ceremonia de Aarti, un animado ritual de fuego y agua, con música y cantos, que rinde culto al río sagrado. 


Los peregrinos depositan en el agua, a modo de ofrenda, unas bonitas cestas trenzadas con hojas, rellenas con flores y velas encendidas, que navegan rio abajo llevadas por la corriente.



El espectáculo es variopinto y colorista, pues acuden gentes de toda la india y de todas las condiciones sociales. Clases acomodadas de Delhi, Mumbai y Calcuta, con vaqueros y gafas negras, se mezclan con curtidos campesinos del Rajhastan y clanes tribales del centro de la India, con sus coloridas vestimentas tradicionales y aparatosas joyas. Los oscuros indios del sur se mezclan con los rasgos tibetanos de Ladakh y los rostros pálidos de Cachemira.







Mendigos, lisiados y leprosos piden limosna en los lugares concurridos, mostrando abiertamente sus taras para impresionar al donante. La caridad es una obligación de los peregrinos, por lo que en las inmediaciones de los templos los mendigos suelen forman largas filas. 


Para facilitar las cosas, hay astutos intermediarios que, por una módica comisión, cambian billetes por monedas, para que el caritativo peregrino pueda distribuir su donación entre todos necesitados.











Por todas partes se puede ver a los shadus, ascetas solitarios que han renunciado a su vida mundana en busca de realización espiritual. Peregrinan a pie por los lugares sagrados y practican rígidas disciplinas de concentración, así como largos ayunos. Se visten de naranja, color de la espiritualidad, y llevan largas barbas y cabellos, peinados al estilo rasta o con moños extravagantes.














Unos se untan el cuerpo con cenizas humanas, en señal de impermanencia, otros portan un tridente, encarnando la imagen de Shiva, y la mayoría se pinta en la frente, con tonos rojos y blancos, el punto que señala el tercer ojo. 



Algunos se sientan en silenciosa meditación, totalmente ajenos al bullicio que les rodea, mientras que otros se reúnen bajo los árboles fumando pipas de marihuana, sustancia permitida en las ciudades santas hindúes, pues ha sido utilizada tradicionalmente por los shadus.







No obstante, el alcohol y la carne están prohibidos en estos santos lugares, por lo que tomarse una cerveza o comerse un muslo de pollo son actos delictivos. La dieta vegetariana, a base de arroz, trigo, lentejas, yoghurt, queso y vegetales, todo muy picante, es variada y apetecible. Nadie parece echar en falta las tentaciones de la carne, excepto, tal vez, los esqueléticos perros callejeros, que carecen de huesos y restos carnívoros que llevarse a la boca.



Debido a esta ausencia de depredadores naturales, vacas y cerdos vagan perezosamente por las calles, alimentándose de basura, y provocando no pocos atascos e infernales sinfonías de bocinas, pues es delito muy grave atropellar a una vaca. 


Los monos, de varias especies, son asimismo habitantes habituales de la urbe, y se pasean a su antojo por ventanas, balcones y tendidos eléctricos, saltando de un lado para otro en busca de provisiones u objetos con los que divertirse. Como son encarnaciones de Hanuman, el Dios Mono, nadie se mete con ellos.













Tan solo 25 kilómetros río arriba se encuentra otra de las ciudades santas del Ganges, Rishikesh. Este lugar se hizo famoso en los años 60 tras la visita de los Beatles, y desde entonces ha sido punto de referencia de numerosos occidentales que han acudido a aprender yoga y meditación en los numerosos ashram, centros donde se estudian las doctrinas y técnicas del hinduismo.




Por ello Rishikesh es una ciudad más llevadera para el visitante, con agencias de viajes, internet y opciones de comida internacional. 

Entre los residentes occidentales permanentes no es raro ver algunos ataviados a la manera tradicional india, incluso con las ropas naranjas de los shadus, en contraste con los visitantes indios de las ciudades, con sus móviles y marcas de moda.













Las colinas arboladas rodean la ciudad y le dan un aire verde y sombreado, que ayuda a soportar el calor. El Ganges pasa aquí rápido, entre grandes piedras, y se puede practicar rafting en los alrededores, así como darse un refrescante chapuzón. 


Es muy agradable pasear a orillas del río, en las afueras de la ciudad, donde hay muchos monos y variadas especies de pájaros. Numerosos shadus residen en las orillas y realizan sus baños y meditaciones diariamente.



Rishikesh se extiende a lo largo del río durante varios kilómetros. Sus centros de actividad son los puentes colgantes de Shivananda y Laxman, que unen los barrios más concurridos de la ciudad. 



Los puentes son un variado espectáculo humano, abarrotados de transeúntes a todas horas, pero también de motos y bicicletas, así como la consabida fauna de vacas y monos, que se interesan por las golosinas que los peregrinos arrojan al río Los habituales mendigos, shadus y monjes completan el panorama.





La ceremonia de Aarti también se celebra aquí al atardecer, con la asistencia de cientos de personas de todas las condiciones. Cuando el sol desaparece tras el horizonte se enciende el fuego a orillas del río y comienzan los cantos. 


La música rítmica y repetitiva, interpretada por excelentes músicos, crea un clima mágico y evocador, con personas bailando en círculos, en una especie de trance, y otras coreando los cantos o dando palmas. El único inconveniente son los mosquitos, que acuden fielmente a la ceremonia, atacando sin piedad a los devotos.






GANGOTRI





Rishikesh es el punto de partida de una gran peregrinación hinduista, el Char dam, que se celebra anualmente entre Mayo y Octubre. El Char dam consiste en la visita a 4 templos situados en las nacientes de otros tantos ríos sagrados, todos a mas de 3.000 metros de altitud. Uno de ellos es Gangotri, el templo que señala el nacimiento del Ganges.











El largo camino a Gangotri se realiza normalmente en dos etapas. Desde Rishikesh la carretera se eleva rápidamente por las montañas adyacentes, serpenteando entre valles angostos, pequeñas aldeas y terrazas de cultivo. 


En temporada alta el tráfico es intenso en ambas direcciones; los peregrinos se desplazan en todo tipo de vehículos, taxis, camiones o autobuses, mientras que los shadus avanzan pacientemente a pie durante muchos días.





Tras un agotador recorrido jalonado de curvas cerradas y adelantamientos críticos, se llega a Uttarkashi, la última ciudad de la zona. Se extiende a orillas del río en un bonito valle, y el ruido del agua domina el panorama. En Uttarkashi hay un agradable mercado donde se puede hacer acopio de provisiones, así como numerosos templos y ashrams.






A partir de Uttarkashi nos adentramos propiamente en la cordillera del Himalaya. La carretera asciende vertiginosamente a la par que el río, superando casi 2.000 metros de desnivel en los 100 kilómetros restantes. 









Atraviesa precarios puentes metálicos y se retuerce entre profundos precipicios y desfiladeros, con frecuentes desprendimientos de tierras que invaden la calzada. 


Cada curva es un desafío y hay que bocinar continuamente. Apenas hay espacio para dos coches, por lo que a menudo nos vemos obligados a maniobrar o dar marcha atrás al borde del abismo.





Poco a poco se entra en un escenario grandioso de alta montaña. Curva tras curva, el paisaje se radicaliza por momentos, y aparecen los primeros gigantes nevados, la vegetación alpina y las cascadas torrenciales. 






Tras varias horas de emoción total se llega al punto final: El templo de Gangotri, uno de los parajes mas sagrados de la India. Lejos de los calores de las tierras bajas, la temperatura aquí es muy agradable, en este breve paréntesis entre las nieves invernales y los monzones.



















Este increíble lugar, a más de 3.000 metros de altitud, está situado en un angosto valle rodeado de grandes montañas nevadas, que dan una luminosidad especial al paisaje. El joven Ganges se desploma en cascadas torrenciales, entre grandes bloques de granito esculpidos por el agua.





Una elegante vegetación de coníferas alberga variadas clases de pájaros, cuyo canto se mezcla con el estruendo de las aguas. Entre las rocas abundan las cuevas, y en muchas de ellas habitan simpáticos ascetas vestidos de naranja, con los que es un placer conversar o compartir una taza de té.





















El templo principal se sitúa a orillas del río y allí se realizan varias ceremonias diarias, además de los baños rituales. Alrededor ha crecido una pequeña villa de hoteles y ashrams, con tiendas de reliquias y restaurantes. 






Por la villa pululan durante todo el día peregrinos, mendigos, montañeros, porteadores, nómadas de origen tibetano, monjes y shadus, en una abigarrada mezcolanza.









Gangotri es también el punto de partida para diversas expediciones de alta montaña. Desde aquí el camino asciende durante 14 kilómetros hasta el glaciar de Gaumukh, en un recorrido espectacular jalonado por torrentes y glaciares. 


Desde Gaumukh se puede, a su vez, iniciar la ascensión a varios picos de 7.000 metros que hay en la zona, muy próximos a la frontera china.



La belleza deslumbrante del paisaje y el misticismo que envuelve el lugar ayudan a crear un clima único de armonía y paz interior. 




Tras el considerable esfuerzo por llegar hasta aquí, este escenario idílico hace pensar inmediatamente que todas las dificultades han valido la pena.


Solo queda disfrutar del paisaje excepcional y reponer fuerzas para el arduo regreso por la terrible carretera, esta vez cuesta abajo, siguiendo el sentido de las sagradas aguas.












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